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Diez lágrimas


Tenía quince años cuando los informativos se inundaban de tragedia. Lo que estaba pasando en Madrid era difícil de digerir para cualquiera, aunque después de lo que sucedió en el World Trade Center el once de Septiembre de dos mil once, el ser humano me había demostrado que era capaz de llegar a niveles insospechados.

Ese once de Marzo era un día cualquiera. Estaba en mi casa junto a los míos con el televisor sonando de fondo. Nadie se esperaba lo que estaba por venir, esa brecha que marcaría la historia de las dos Españas y de una humanidad descuidada. Me enteré del suceso del mismo modo que cuando me enteré que Lady Di había fallecido en un accidente de coche, así, de repente, sin apenas poder digerirlo.

Tiempo atrás, y tras un fuerte rechazo de la ciudadanía, España se teñía de libertad para combatir junto a Estados Unidos en un frente que, a mi entender, ni nos iba ni nos venía; sí, a día de hoy sigo sin entender la finalidad de una guerra más allá de los intereses que dicta el diablo del hombre.

Muy poco se tardó en criminalizar a los terroristas que habían sembrado el miedo en tantos rincones de las tierras por las que antaño cabalgó El Cid Campeador.

Pocos días después de la catástrofe, España debía decidir mediante sufragio universal y ante la atenta mirada de d'Hondt quienes serían el grupo de gerifaltes de los cuales seríamos palmeros durante los próximos cuatro años. Ganaron los otros... los del otro color, me refiero, y nos esperaban seis años de incógnitas, recesión y cejas.

Hoy, después de que hayan llovido tantas lágrimas, no busco culpables. Hoy, por esos ciento noventa inocentes que se fueron... retumban mis latidos. Hoy, por esos que se esconden y eluden sus responsabilidades... les digo que la batalla de la vida es larga, y un pueblo que ha sido tan cruelmente maltratado no durará en silencio por mucho más tiempo.

Esperamos respuestas... diez años después, diez lágrimas después.